Mientras el coronavirus mata y se extiende por el mundo, incluida la R. D. del Congo, en este país maltratado por casi todas las cosas posibles, incluidas las epidemias, una de las más mortíferas, con nombre congoleño, incluso, llega a su fin: la última epidemia de ébola.
Más de 18 meses después y tras la muerte de más de 2.250 personas, impresiona también la altísima tasa de mortalidad: entre el 60 y el 70%.
El balance que hace Médicos Sin Fronteras de la gestión realizada es claramente negativo, como para no celebrar nada, pese al cercano final de la epidemia.
A pesar de disponer de nuevos tratamientos y vacunas, la tasa de mortalidad superó el primer brote de 2014-2016 en África Occidental.
Si continuamente oímos las pésimas condiciones en que el personal sanitario se enfrenta al coronavirus en nuestro país, los profesionales de MSF sufrieron ataques armados que llevaron, incluso, a su retirada en algunos puntos, como en Butembo, en el atormentado Kivu del Norte.
Destacan tan bien un error determinante en la lucha contra la epidemia: no haberse ganado la confianza de la comunidad.
"Mi temor es que cuando esto termine, las diversas organizaciones involucradas se felicitarán y dirán que el brote ha llegado a su fin por cómo lo manejaron, cuando en realidad fue a pesar de ello", escribía hace unos días Trish Newport, coordinadora de Emercencia de MSF en el Congo, dejando muchas cosas claras y preocupación para el medio plazo.
"Mi temor es que cuando esto termine, las diversas organizaciones involucradas se felicitarán y dirán que el brote ha llegado a su fin por cómo lo manejaron, cuando en realidad fue a pesar de ello", escribía hace unos días Trish Newport, coordinadora de Emercencia de MSF en el Congo, dejando muchas cosas claras y preocupación para el medio plazo.